martes, 30 de diciembre de 2008

Religión



Mis ojos cargados de atardeceres.
Miles.
Cada uno tan hermoso y distinto a los demás.
Mis labios gastados de besos, de susurros.
Mis dedos música, dedos poesía, amor.
Tocando, escribiendo, abrazando a los que no pueden, a los que mueren.
A los que mueren viviendo, o viven muriendo.
La soledad puede ser tan hermosa, solamente si la elegimos, si hay otra opción.
A veces pienso que nada más me entienden el sol y las nubes cuando hacen el amor.
O los árboles, felices de vivir y nada más.
El paraíso está acá, en este frescor, en las hojas, en el olor a tostadas a la mañana, en los cuerpos apretados. La gente lo busca en algún lugar prometido y ajeno.
Está en cada pupila, en cada ombligo.
Dios entra en un abrazo.

3 comentarios:

LadyRugi dijo...

Sí, estoy de acuerdo. Creo que a veces tendemos a pensar que lo sagrado está lejos, y a veces está más cerca de lo que nos pensamos. Dios está hasta en una mirada agradecida.

Gracias por pasarte por mi blog. =)

Eustaquio y Hermenegildo dijo...

Lucucucucucu
Gracias por ayudarme a aprender tanto. Tu poesía, que en otro momento la hubiese descartado, hoy representa un montón de cosas, y sobre todo abre un espectro de posibilidades en lo simple que me asombra mucho.
Y acá se acabo mi discurso porque quiero conservar mi imagen pública...

Anónimo dijo...

Y, saliendo plácidamente del imaginario,
la deidad susurra a grandes voces
una súplica.
Reverencia...
¿Cómo fungir como conocido lo desconocido?
¿Cómo establecer como cognoscible
lo intangible?
A grandes voces claman los
imaginarios, la gran necesidad de la humillación.
Y cuán lógica se establece la negación de la negación;
la negación de un Dios que
denega la naturalidad y la belleza humana, quien ignora
-¡gran pecado!- el establecimiento
de un mundo perfectible, creando
grandes abismos infinitos de
contrucciones artificiales,
basándose en lo terminado.


¡Salud!